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zaron la senda á los pasos de don Clavijo, que este es el nombre del referido caballero: y así siendo yo la medianera, él se halló una y muchas veces en la estancia de la por mí y no por él engañada Antonomasia, debajo del título de verdadero esposo, que aunque pecadora no consintiera que sin ser su marido la llegara á la vira de la suela de sus zapatillas. No, no, eso no, el matrimonio ha de ir adelante en cualquier negocio destos que por mí se tratare. Solamente hubo un daño en este negocio, que fué el de la desigualdad, por ser don Clavijo un caballero particular, y la infanta Antonomasia heredera (como ya he dicho), del reino. Algunos días estuvo encubierta y ensolapada en la sagacidad de mi recato esta maraña, hasta que me pareció que la iba descubriendo á más andar no sé qué hinchazón del vientre de Antonomasia, cuyo temor nos hizo entrar en bureo á los tres, y salió dél, que antes que se saliese á la luz el mal recado, don Clavijo pidiese ante el vicario por su mujer á Antonomasia, en fe de una cédula que de ser su esposa la infanta le había hecho, notada por mi ingenio, con tanta fuerza, que las de Sansón no pudieran romperla. Hiciéronse las diligencias, vió el vicario la cédula, tomó el tal vicario la confesión á la señora, confesó de plano, mandóla depositar en casa de un alguacil de corte muy honrado.

A esta sazón dijo Sancho:

También en Candaya hay alguaciles de corte, poetas y seguidillas? por lo que puedo jurar que imagino que todo el mundo es uno; pero dese vuestra merced priesa, señora Trifaldi, que es tarde, y ya me muero por saber el fin desta tan larga historia.

—Sí haré, respondió la condesa.