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145 albarda más blanda que la mesma seda, y querrían ahora que me tuviese en unas ancas de tabla sin cojín ni almohada alguna: pardiez, yo no me pienso moler por quitar las barbas á nadie; cada cual se rape como más le viniere á cuento, que yo no pienso acompañar á mi señor en tan largo viaje; cuanto más que yo no debo hacer al caso para el rapamiento destas barbas, como lo soy para el desencanto de mi señora Dulcinea.

—Si sois, amigo, respondió la Trifaldi, y tanto que sin vuestra presencia entiendo que no haremos nada.

—Aquí del rey, dijo Sancho, ¿qué tienen que ver los escuderos con las aventuras de sus señores? ¿Hanse de llevar ellos la fama de las que acaban, y hemos de llevar nosotros el trabajo? ¡ cuerpo de mí! aun si dijesen los historiadores: el tal caballero acabó la tal y tal aventura, pero con ayuda de fulano su escudero, sin el cual fuera imposible el acabarla; pero que escriban á secas don Paralipomenón de las Tres Estrellas acabó la aventura de los seis vestiglos, sin nombrar la persona de su escudero, que se halló presente á todo, como si no fuera en el mundo. Ahora, señores, vuelvo á decir que mi señor puede ir sólo, y buen provecho le haga, que yo me quedaré aquí en compañía de la duquesa mi señora, y podría ser que cuando volviese hallase mejorada la causa de la señora Dulcinea en tercio y quinto, porque pienso en los ratos ociosos y desocupados darme una tanda de azotes, que no me la cubra pelo.

—Con todo eso, le habéis de acompañar si fuere necesario, buen Sancho, porque os lo rogarán DON QUIJOTE .—10 TOMO III

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