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L 146— Buenos, que no han de quedar por vuestro inútiltemor tan poblados los rostros destas señoras, que cierto sería mal caso.

—Aquí del rey otra vez, replicó Sancho; cuando esta caridad se hiciera por algunas doncellas recogidas, ó por algunas niñas de la doctrina, podría el hombre aventurarse á cualquier trabajo; pero que lo sufra por quitar las barbas á dueñas, ¡mal año! más que las viese yo á todas con barbas desde la mayor hasta la menor, y de la más melindrosa hasta la más repulgada.

—Mal estáis con las dueñas, Sancho amigo, dijo la duquesa; mucho os vais tras la opinión del boticario toledano; pues á fe que no tenéis razón, que dueñas hay en mi casa que pueden ser ejemplo de dueñas, que aquí está mi doña Rodriguez que no me dejará decir otra cosa.

—Más que la diga vuestra excelencia, dijo la Rodríguez, que Dios sabe la verdad de todo, y buenas ó malas, barbadas ó lampiñas que seamos las dueñas, también nos parió nuestras madres como á las otras mujeres; y pues Dios nos echó en el mundo, El sabe para qué, y á su misericordia me atengo, y no á las barbas de nadie.

—Ahora, bien, señora Rodríguez, dijo don Quijote, y señora Trifaldi y compañía, yo espero en el cielo que mirará con buenos ojos vuestras cuitas, que Sancho hará lo que yo le mandare, ya viniese Clavileño, y ya me viese con Malambruno, que yo sé que no habría navaja que con más facilidad rapase á vuestras mercedes, como mi espada raparía de los hombros la cabeza de Malambruno; que Dios sufre á los malos, pero no para siempre.

—¡Ay! dijo á esta sazón la Dolorida, con be-