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nignos ojos miren á vuestra grandeza, valeroso caballero, todas las estrellas de las regiones celestes, é infundan en vuestro ánimo toda prosperidad y valentía, para ser escudo y amparo del vituperoso y abatido género dueñesco, abominado de boticarios, murmurado de escuderos y socaliñado de pajes, que mal haya la bellaca que en la flor de su edad no se metió primero á ser monja que á dueña: desdichadas de nosotras las dueñas, que aunque vengamos por línea recta de varón en varón del mismo Héctor el troyano no dejarán de echarnos un vos nuestras señoras si pensasen por ello ser reinas. Oh, gigante Malambruno, que aunque eres encantador, eres certísimo en tus promesas, envíanos ya al sin par Clavileño, para que nuestra desdicha se acabe, que si en tra el calor, y estas nuestras barbas duran, guay de nuestra ventura!

L Dijo esto con tanto sentimiento la Trifaldi, que sacó las lágrimas de los ojos de todos los circunstantes, y aun arrasó los de Sancho; y propuso en su corazón de acompañar á su señor hasta las últimas partes del mundo, si es que en ello consistiese quitar la lana de aquellos venerables rostros.

CAPITULO XLI

De la venida de Clavileño, con el fin desta dilatada aventura.

Llegó en esto la noche, y con ella el punto determinado en que el famoso caballo Clavileño viniese, cuya tardanza fatigaba ya á don Quijote, BRI