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ñor don Quijote á dar cima y cabo á esta memorable aventura, que ahora volváis sobre Clavileño con la brevedad que su ligereza promete, ora la contraria fortuna os traiga y vuelva á pie hecho romero de mesón en mesón y de venta en venta, siempre que volviéredes hallaréis vuestra ínsula donde la dejáis, y á vuestros insulanos con el mesmo deseo de recebiros por su gobernador que siempre han tenido, y mi voluntad será la mesma; y no pongáis duda en esta verdad, señor Sancho, que sería hacer notorio agravio al deseo que de serviros tengo.

— —No más, señor, dijo Sancho; yo soy un pobre escudero y no puedo llevar á cuestas tantas cortesías. Suba mi amo, tápenme estos ojos, y encomiéndenme á Dios, y avísenme si cuando vamos por esas altanerías podré encomendarme á nuestro Señor, é invocar los ángeles que me favorezcan.

A lo que respondió Trifaldi.

—Sancho, bien podéis encomendaros á Dios, ó á quien quisiéredes, que Malambruno, aunque es encantador, es cristiano, y hace sus encantamentos con mucha sagacidad y con mucho tiento sin meterse con nadie.

—Ea pues, dijo Sancho, Dios me ayude y la Santísima Trinidad de Gaeta.

—Desde la memorable aventura de los batanes, dijo don Quijote, nunca he visto á Sancho con tanto temor como ahora; y si yo fuera tan agorero como otros, su pusilanimidad me hiciera algunas cosquillas en el ánimo. Pero llegaos aquí, Sancho, que con licencia destos señores os quiero hablar á parte dos palabras; y apartando á Sancho entre unos árboles del jardín,