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que todo sucediese al revés de lo que imagino, la gloria de haber emprendido esta hazaña no la podrá escurecer malicia alguna.

1 —Vamos, señor, dijo Sancho, que las barbas y lágrimas destas señoras las tengo clavadas en el corazón, y no comeré bocado que bien me sepa hasta verlas en su primera lisura. Suba vuesa merced, y tápese primero, que si yo tengo de ir á las ancas, claro está que primero sube el de la silla.

—Así es la verdad, replicó don Quijote; y sacando un pañuelo de la faltriquera, pidió á la Dolorida que le cubriese muy bien los ojos, y habiéndoselos cubierto se volvió á descubrir, y dijo: Si mal no me acuerdo, yo he leído en Virgilio aquello del Paladión de Troya, que fué un caballo de madera que los griegos presentaron á la diosa Palas, el cual iba preñado de caballeros, armados que después fueron la total ruína de Troya, y así será bien ver primero lo que Clavileño trae en su estómago.

—No hay para qué, dijo la Dolorida, que yo le fío, y sé que Malambruno no tiene nada de malicioso ni de traidor: vuesa merced, señor don Quijote, suba sin pavor alguno, y á mi daño si alguno le sucediere.

Parecióle á don Quijote que cualquiera cosa que replicase acerca de su seguridad sería poner en detrimento su valentía, y así sin más altercar subió sobre Clavileño, y le tentó la clavija, que fácilmente se rodeaba, y como no tenía estribos, y le colgaban las piernas, no parecía sino fi gura de tapiz flamenco pintada ó tejida en al gún romano triunfo. De mal talante y poco á poco llegó á subir Sancho, y acomodándose lo