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mejor que pudo en las ancas, las halló algo duras y no nada blandas, y pidió al duque que si fuese posible le acomodasen de algún cojín ó de alguna almohada, aunque fuese del estrado de su señora la duquesa, ó del lecho de algún paje, porque las ancas de aquel caballo más parecían de mármol que de leño. A esto dijo la Trifaldi, que ningún jaez ni ningún género de adorno sufría sobre sí Clavileño; que lo que podía hacer era ponerse á mujeriegas, y que así no sentiría tanto la dureza.

Hízolo así Sancho y diciendo adiós, se dejó vendar los ojos, y ya después de vendados se volvió á descubrir, y mirando á todos los del jardín tiernamente y con lágrimas, dijo que le ayudasen en aquel trance con sendos paternostres y sendas avemarías, porque Dios deparase quien por ellos los dijese cuando en semejantes trances se viesen. A lo que dijo don Quijote :

—Ladrón ¿estás puesto en la horca por ventura, ó en el último término de la vida, para usar de semejantes plegarias? ¿No estás, desalmada y cobarde criatura, en el mismo lugar que ocupó la linda Magalona, del cual descendió, no á la sepultura, sino á ser reina de Francia, si no mienten las historias? Y yo, que voy á tu lado, ¿no puedo ponerme al del valeroso Pierres, que oprimió este mismo lugar que yo ahora oprimo? Cúbrete, cúbrete, animal descorazonado, y no te salga á la boca el temor que tienes, á lo menos en presencia mía.

—Tápenme, respondió Sancho, y pues no quieren que me encomiende á Dios ni que sea encomendado, ¿qué mucho que tema no ande por aquí una legión de diablos que dé con nosotros en Peralvillo?