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I 177.

— sa merced me ha de confesar que el rostro deste mayordomo del duque, que aquí está, es el mesmo de la Dolorida.

Miró don Quijote atentamente al mayordomo, y habiéndolo mirado, dijo á Sancho:

—No hay para qué te lleve el diablo, Sancho, ni en justo ni en creyente (que no sé lo que quieres decir), que el rostro de la Dolorida, que á serlo implicaría contradición muy grande, y no es tiempo ahora de hacer estas averiguaciones, que seria entrarnos en intricados laberintos. Créeme, amigo, que es menester rogar á nuestro señor muy de veras que nos libre á los dos de malos hechiceceros y de malos encantadores.

—No es burla, señor, replicó Sancho, sino que denantes le of hablar, y no pareció sino que la voz de la Trifaldi me sonaba en los oídos. Ahora bien, yo callaré; pero no dejaré de andar advertido de aquí adelante á ver si descubro otra señal que confirme ó desfaga mi sospecha.

—Así lo has de hacer, Sancho, dijo don Quijote, y darásme aviso de todo lo que en este caso descubrieres, y de todo aquello que en el gobierno te sucediere.

Salió, en fin, Sancho, acompañado de mucha gente, vestido á lo letrado, y encima un gabán muy ancho de camelote de aguas leonado, con una montera de lo mesmo, sobre un macho á la gineta y detrás dél, por orden del duque, iba el rucio con jaeces y ornamentos jumentiles de seda y flamantes. Volvía Sancho la cabeza de cuando en cuando á mirar á su asno, con cuya compañía iba tan contento, que no se trocara con el emperador de Alemaña.

DON QUIJOTE .—12 TOMO III

VOL . 317