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que á una humilde esto le basta.

¡Oh qué de cofias te diera, qué de escarpines de plata, qué de calzas de damasco, qué de herreruelos de holanda !

¡Qué de finísimas perlas, cada cual como una agalla, que á no tener compañeras, las solas fueran llamadas!

No mires de tu Tarpeya este incendio que me abrasa, Nerón Manchego del mundo, ni le avives con tu saña.

Niña soy, pulcela tierna, mi edad de quince no pasa, catorce tengo y tres meses, te juro en Dios y en mi ánima.

No soy renca ni soy coja, ni tengo nada de manca; los cabellos como lirios, que en pie por el suelo arrastran.

Y aunque en mi boca aguileña, y la nariz algo chata, ser mis dientes de topacios, mi belleza al cielo ensalza.

Mi voz, ya ves, si me escuchas, que á la que es más dulce iguala, y soy de disposición algo menos que mediana.

Estas y otras gracias mías, son despojos de tu aljaba:

desta casa soy doncella, y Altisidora me llaman.

Aquí dió fin el canto de la mal ferida Altisidora,