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gún se me trasluce) que yo ponga en pretina á más de un negociante. Agora decid á ese buen hombre que entre; pero adviértase primero no sea alguno de los espías ó matador mío.

1 —No, señor, respondió el paje, porque parece un alma de cántaro, y yo sé poco, ó él es tan bueno como el buen pan.

—No hay que temer, dijo el mayordomo, que aquí estamos todos.

—Sería posible, dijo Sancho, maestresala, que agora que no está aquí el doctor Recio, que comiese yo alguna cosa de peso y de sustancia, aunque fuese un pedazo de pan y una cebolla?

—Esta noche á la cena se satisfará la falta de la comida, y quedará V. S. satisfecho y pagado, dijo el maestresala.

—Dios lo haga, respondió Sancho, y en esto entró el labrador, que era de muy buena presencia, y de mil leguas se le echaba de ver que era bueno y buena alma.

Lo primero que dijo fué:

—¿Quién es aquí el señor gobernador?

—Quién ha de ser, respondió el secretario, sino el que está sentado en la silla?

—Humillome pues á su presencia, dijo el labrador, y poniéndose de rodillas le pidió la mano para besársela.

Negósela Sancho, y mandó que se levantase y dijese lo que quisiese. Hízolo luego el labrador, y luego dijo:

—Yo, señor, soy labrador, natural de Miguel Turra, un lugar que está dos leguas de Ciudad Real.

Otro Tirteafuera tenemos? dijo Sancho; decid, hermano, que lo que yo os sé decir