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hermano, que ya la habéis pintado de los pies a la cabeza: ¿qué es lo que queréis ahora? y venid al punto sin rodeos ni callejuelas, ni retazos ni añadiduras.

L and —Querría, señor, respondió el labrador, que vuesa merced me hiciese merced de darme una carta de favor para mi consuegra, suplicándole sea servida de que este casamiento se haga, pues no somos desiguales en los bienes de fortuna ni en los de la naturaleza, porque para decir la verdad, señor gobernador, mi hijo es endemoniado, y no hay día que tres ó cuatro veces no le atormenten los malignos espíritus: y de haber caído una vez en el fuego tiene el rostro arrugado como pergamino, y los ojos algo llorosos y manantiales; pero tiene una condición de un ángel, y si no es que se aporrea y da de puñadas él mesmo á sí mesmo, fuera un bendito.

—¿Queréis otra cosa, buen hombre? replicó Sancho.

—Otra cosa querría, dijo el labrador, sino que no me atrevo á decirlo; pero vaya, que en fin no se me ha de pudrir en el pecho, pegue ó no pegue.

Digo, señor, que querría que vuesa merced me diese trecientos ó seiscientos ducados para ayuda del dote de mi bachiller, para ayuda de poner su casa, porque en fin han de vivir por sí, sin estar sujetos á las impertinencias de los suegros.

—Mirad si queréis otra cosa, dijo Sancho, y no la dejéis de decir por empacho ni por vergüenza.

—No por cierto, respondió el labrador, y apenas dijo esto, cuando levantándose en pie el gobernador asió de la silla en que estaba sentado, y dijo:

—Voto á tal, don patán, rústico y mal mirado,