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T 212 que si no os apartáis y ascondéis luego de mi presencia, que con esta silla os rompa y abra la cabeza. Hideputa, bellaco, pintor del mesmo demonio, ¿y á estas horas te vienes á pedirme seiscientos ducados? ¿y dónde los tengo yo, hediondo? ¿y por qué te los había de dar aunque los tuviera, socarrón y mentecato? ¿y qué se me da á mi de Miguel Turra, ni de todo el linaje de los Perlerines? Va de mí, digo, si no, por vida del duque mi señor, que haga lo que tengo dicho. Tú no debes de ser de Miguel Turra, sino algún socarrón, que para tentarme fe ha enviado aquí el infierno.

Dime, desalmado, aun no ha día y medio que tengo el gobierno, ¿y ya quieres que tenga seiscientos ducados?

—Hizo de señas el maestresala al labrador que se saliese de la sala, el cual lo hizo cabizbajo y al parecer temeroso de que el gobernador no ejecutase su cólera, que el bellacón supo hacer muy bien su oficio. Pero dejemos con su cólera á Sancho, y ándese la paz en el corro, y volvamos á don Quijote, que le dejamos vendado el rostro y curado de las gatescas heridas, de las cuales no sanó en ocho días: en uno de los cuales le sucedió lo que Cide—Hamete promete de contar con la puntualidad y verdad que suele contar las cosas desta historia, por mínimas que sean.