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llas al cabo de su estrado, como que estaban labrando, y tanto le servían para la autoridad de la sala aquellas estatuas, como las dueñas verdaderas !

1 Y diciendo esto se arrojó del lecho con intención de cerrar la puerta y no dejar entrar á la señora Rodríguez; mas cuando la llegó á cerrar, ya la señora Rodríguez volvía, encendida una vela de cera blanca, y cuando ella vió á don Quijote de más cerca envuelto en la colcha, con las vendas, galocha ó becoquín, temió de nuevo, y retirándose atrás.como dos pasos, dijo:

—6 Estamos seguras, señor caballero? porque no tengo á muy honesta señal haberse vuesa merced levantado de su lecho.

—Eso mismo es bien que yo pregunte, señora, respondió don Quijote; y así pregunto si estaré yo seguro de ser acometido y forzado.

—¿De quién ó á quién pedís, señor caballero, esa seguridad? respondió la dueña..

—A vos y de vos la pido, replicó don Quijote, porque ni yo soy de mármol ni vos de bronce, ni ahora son las diez del día, sino media noche, y aún un poco más, según imagino, y en una estancia más cerrada y secreta que lo debió de ser la cueva donde el traidor y atrevido Eneas gozó á la hermosa y piadosa Dido. Pero, dadme, señora, la mano, que yo no quiero otra seguridad mayor que la de mi continencia y recato, y la que ofrecen esas reverendísimas tocas; y diciendo esto besó su derecha mano, y la asió de la suya, que ella le dió con las mesmas ceremonias.

Aquí hace Cide Hamete un paréntesis, y dice que por Mahoma que diera por ver ir á los dos así asidos y trabados desde la puerta al lecho la