Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha - Tomo III (1908).pdf/223

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rio y á la's angustiadas mercedes que á tales criadas se suele dar en palacio; y en este tiempo, sin que diese yo ocasión á ello, se enamoró de mí un escudero de casa, hombre ya en días, barbudo y apersonado, y sobre todo hidalgo como el rey, porque era montañés. No tratamos tan secretamente nuestros amores que no viniesen á noticia de mi señora, la cual por escusar dimes y diretes nos casó en paz y en haz de la santa madre Iglesia católica romana, de cuyo matrimonio nació una hija para rematar con mi ventura, si alguna tenía, no porque yo muriese del parto, que le tuve derecho y en sazón, sino porque desde allí á poco murió mi esposo de un cierto espanto que tuvo, que á tener ahora lugar para contarle, yo sé que vuesa merced se admirara: y en esto comenzó á llorar tiernamente, y dijo: Perdóneme vuesa merced, señor don Quijote, que no va más en mi mano, porque todas las veces que me acuerdo de mi mal logrado se me arrasan los ojos de lágrimas. | Válame Dios y con qué autoridad llevaba á mi señora á las ancas de una poderosa mula, negra como el mismo azabache! que entonces no se usaban coches ni sillas, como ahora dicen que se usan, y las señoras iban á las ancas de sus escuderos: esto á lo menos no puedo dejar de contarlo, porque se note la crianza y puntualidad de mi buen marido. Al entrar de la calle de Santiago en Madrid, que es algo estrecha, venía á salir por ella un alcalde de corte con dos alguaciles delante, y así como mi buen escudero le vió volvió las riendas á la mula, dando señal de volver acompañarle. Mi señora, que iba á las ancas, con voz baja le decía: ¿Qué hacéis, desventurado, no veis que voy aquí? El alcalde, de