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comedido, detuvo la rienda al caballo, y díjole :

Seguid, señor, vuestro camino, que yo soy el que debo de acompañar á mi señora doña Casilda, que así era el nombre de mi ama. Todavía porfiaba mi marido con la gorra en la mano por querer ir acompañando al alcalde. Viendo lo cual mi señora, llena de cólera y enojo sacó un alfiler gordo, ó creo que un punzón del estuche, y clavósele por los lomos, de manera que mi marido dió una gran voz, y torció el cuerpo de suerte que dió con su señora en el suelo. Acudieron dos lacayos suyos á levantarla, y lo mismo hizo el alcalde y los alguaciles. Alborotóse la puerta de Guadalajara, digo, la gente baldía que en ella estaba. Vínose á pie mi ama, y mi marido acudió á casa de un barbero diciendo que llevaba pasadas de parte á parte las entrañas. Divulgóse la cortesía de mi esposo tanto, que los muchachos le corrían por las calles, y por esto y porque él era algún tanto corto de vista, mi señora le despidió, de cuyo pesar sin duda alguna tengo para mí que se le causó el mal de la muerte. Quedé yo viuda y desamparada y con hija á cuestas, que iba creciendo en hermosura como la espuma del mar. Finalmente, como yo tuviese fama de gran labrandera mi señora la duquesa, que estaba recién casada con el duque mi señor, quiso traerme consigo á este reino de Aragón, y á mi hija ni más ni menos, adonde yendo días y viniendo días creció mi hija y con ella todo el donaire del mundo: canta como una calandria, danza como el pensamiento, baila como una perdida, lee y escribe como un maestro de escuela, y cuenta como un avariento: de su limpieza no digo nada, que el agua que corre no es tan limpia, y debe de tener agora, si mal no me