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garganta con dos manos tan fuertemente, que no la dejaban gañir, y que otra persona con mucha presteza sin hablar palabra le alzaba las faldas, y con una al parecer chinela le comenzó á dar tantos azotes, que era una compasión; y aunque don Quijote se la tenía, no se meneaba del lecho, y no sabía que podía ser aquello, y estábase quedo y callando, y aún temiendo no viniese por él la tanda y tunda azotesca; y no fué vano su temor, porque en dejando molida á la dueña los callados verdugos, la cual no osaba quejarse, acudieron á don Quijote, y desenvolviéndole de la sábana y de la colcha le pellizcaron tan á menudo y tan re ciamente, que no pudo dejar de defenderse á puñadas, y todo esto en silencio admirable. Duró la batalla casi media hora, saliéronse las fantasmas, recogió doña Rodríguez sus faldas, y gimiendo su desgracia se salió por la puerta afuera sin decir palabra á don Quijote; el cual doloroso y pellizcado, confuso y pensativo, se quedó solo, donde le dejaremos deseoso de saber quién había sido el perverso encantador que tal le había puesto: pero ello se dirá á su tiempo, que Sancho Panza nos llama, y el buen concierto de la historia lo pide.

CAPITULO XLIX

De lo que le sucedió á Sancho Panza rondando su insula.

Dejemos al gran gobernador enojado y mohino con el labrador pintor y socarrón, el cual industriado del mayordomo, y el mayordomo del