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cabellos con una redecilla de oro y seda verde,' hermosa como mil perlas: miráronla de arriba abajo y vieron que venía con unas medias de sbda encarnada, con ligas de tafetán blanco y rapacejos de oro y aljófar; los gregüescos eran verdes, de tela de oro, y una saltaembarca ó ropilla de lo mismo, suelta, debajo de la cual traía un jubón de tela finísima de oro y blanco, y los zapatos eran blancos y de hombre: no traía espada ceñida, sino una riquísima daga, y en los dedos muchos y muy buenos anillos. Finalmente, la moza parecía bien á todos, y ninguno la conoció de cuantos la vieron, y los naturales del lugar dijeron que no podían pensar quien fuese, y los consabidores de las burlas que se habían de hacer á Sancho fueron los que más se admiraron, porque aquel suceso y hallazgo no venía ordenado por ellos, y así estaban dudosos esperando en qué pararía el caso. Sancho quedó pasmado de la hermosura de la moza, y preguntóle quién era, adónde iba, y qué ocasión le había movido para vestirse en aquel hábito. Ella, puestos los ojos en tierra con honestísima vergüenza, respondió:

—No puedo, señor, decir tan en público lo que tanto me importa fuera secreto: una cosa quiero que se entienda, que no soy ladrón ni persona facinerosa, sino una doncella desdichada, á quien la fuerza de unos celos ha hecho romper el decoro que á la honestidad se debe.

Oyendo esto el mayordomo, dijo á Sancho:

—Haga, señor gobernador, apartar la gente, porque esta señora, con menos empacho pueda decir lo que quisiere.

Mandólo así el gobernador, apartáronse todos,