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233 si no fueron el mayordomo, maestresala, y el secretario. Viéndose pues solos, la doncella prosiguió diciendo:

—Yo, señores, soy hija de Pedro Pérez Mazorca, arrendador de las lanas deste lugar, el cual suele muchas veces ir en casa de mi padre.

—Eso no lleva camino, dijo el mayordomo, señora, porque yo conozco muy bien á Pedro Pérez, y sé que no tiene hijo ninguno, ni varón ni hembra:

y más, que decís que es vuestro padre, y luego añadís que suele ir muchas veces en casa de vuestro padre.

—Yo ya había dado en ello, dijo Sancho.

—Ahora señores, yo estoy turbada, y no sé lo que me digo, respondió la doncella; pero la verdad es que yo soy hija de Diego de la Llana, que todos vuesas mercedes deben de conocer.

—Aún eso lleva camino, respondió el mayordomo, que yo conozco á Diego de la Llana, y sé que es un hidalgo principal y rico, y que tiene un hijo y una hija, y que después que enviudó no ha habido nadie en todo este lugar que pueda decir que ha visto el rostro de su hija, que la tiene tan encerrada que no da lugar al sol que la vea, y con todo esto la ama dice que es en estremo hermosa.

—Así es la verdad, respondió la doncella, y esa hija soy yo: si la fama miente ó no en mi hermosura, ya os habréis, señores, desengañado, pues me habéis visto; y en esto comenzó á llorar tiernamente. Viendo lo cual el secretario se llegó al oído del maestresala, y le dijo muy paso:

—Sin duda alguna que á esta pobre doncella le debe de haber sucedido algo de importancia, pues el tal traje y á tales horas, y siendo tan principal, anda fuera de su casa.