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No hay dudar en eso, respondió el maestresala, y más que esa sospecha la confirman sus lágrimas.

L Sancho la consoló con las mejores razones que él supo, y le pidió que sin temor alguno les dijese lo que le había sucedido, que todos procurarían remediarlo con muchas veras y por todas las vías posibles.

—Es el caso, señores, respondió ella, que mi padre me ha tenido encerrada diez años ha, que son los mismos que á mi madre come la tierrá: en casa dicen misa en un rico oratorio, y yo en todo este tiempo no he visto más que el sol del cielo de día, y la luna y las estrellas de noche, ni sé qué son calles, plazas ni templos, ni aún hombres, fuera de mi padre y un hermano mío, y de Pedro Pérez el arrendador, que por entrar de ordinario en mi casa se me antojó decir que era mi padre, por no declarar el mío. Este encerramiento y este negarme salir de casa siquiera á la iglesia, ha muchos días y meses que me trae muy desconsolada: quisiera yo ver el mundo, ó á lo menos el pueblo donde nací, pareciéndome que este deseo no iba contra el buen decoro que las doncellas principales deben guardar á sí mesmas. Cuando of decir que corrían toros y jugaban cañas y se representaban comedias, preguntaba á mi hermano, que es un año menor que yo, que me dijese qué cosas eran aquellas y otras muchas que yo no he visto: él me lo declaraba, por los mejores modos que sabía; pero todo esto era encenderme más el deseo de verlo. Finalmente, por abreviar el cuento de mi perdición, rogué y pedí á mi hermano, que nunca tal pidiera ni tal rogara; y tornó á renovar el llanto. El mayordomo le dijo: