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pies y pon alas en ellos, y vente tras mi corriendo, porque no nos conozcan, que nos será mal contado; y diciendo esto volvió las espaldas, y comenzó, no digo á correr, sino á volar: yo á menos de seis pasos caí con el sobresalto, y entonces llegó el ministro de la justicia que me trajo ante vuesas mercedes, adonde por mala y antojadiza me veo avergonzada ante tanta gente.

1 —En éfecto, señora, dijo Sancho, ¿no os ha suce dido otro desmán alguno, ni celos, como vos al principio de vuestro cuento dijisteis, no os sacaron de vuestra casa?

—No me ha sucedido nada, ni me sacaron celos, sino sólo el deseo de ver mundo, que no se extendía á más que á ver las calles de este lugar: y acabó de confirmar ser verdad lo que la doncella decía llegar los corchetes con su hermano preso, á quien alcanzó uno de ellos cuando se huyó de su hermana.

No traía sino un faldellín rico y una mantellina de damasco azul con pasamanos de oro fino, la cabeza sin toca, ni con otra cosa adornada que con sus mesmos cabellos, que eran sortijas de oro según eran rubios y enrizados. Apartáronse con él el gobernador, mayordomo y maestresala, y sin que lo oyese su hermana le preguntaron cómo venía en aquel traje, y él con no menos vergüenza y empacho contó lo mesmo que su hermana había contado, de que recibió gran gusto el enamorado maestresala; pero el gobernador les dijo:

—Por cierto, señores, que esta ha sido una gran rapacería, y para contar esta necedad y atrevimiento no eran menester tantas largas ni tantas lágrimas y suspiros; que con decir somos fulano y fulana, que nos salimos á espaciar de casa de nuestros padres con esta invención, sólo por curiosidad.