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sin otro designio alguno, se acabara el cuento, y no gemidicos y lloramicos, y darle.

—Así es la verdad, respondió la doncella: pero sepan vuesas mercedes que la turbación que he tenido ha sido tanta, que no me ha dejado guardar el término que debía.

—No se ha perdido nada, respondió Sancho:

vamos, y dejaremos á vuesas mercedes en casa de su padre, y quizá no los habrá echado menos, y de aquí adelante no se muestren tan niños ni tan deseosos de ver mundo: que la doncella honrada, la pierna quebrada y en casa, y la mujer y la gallina por andar se pierden aína; y la que es deseosa de ver, también tiene deseo de ser vista: no digo más.

El mancebo agradeció al gobernador la merced que quería hacerles, de volverlos á su casa, y así se encaminaron hacia ella, que no estaba muy lejos de allí. Llegaron pues, y tirando el hermano una china á la reja, al momento bajó una criada, que los estaba esperando, y les abrió la puerta, y ellos se entraron, dejando á todos admirados así de su gentileza y hermosura, como del deseo que tenían de ver mundo de noche y sin salir del lugar; pero todo lo atribuyeron á su poca edad. Quedó maestresala traspasado su corazón, y propuso de luego otro día perdírsela por mujer á su padre, teniendo por cierto que no se la negaría, por ser él criado del duque, y aun á Sancho le vinieron deseos y barruntos de casar al mozo con Sanchica su hija, y determinó de ponerlo en práctica á su tiempo, dándose á entender que á una hija de un gobernador ningún marido se le podía negar. Con esto se acabó la ronda de aquella noche, y de allí á dos días el