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príncipes que dan campo franco á los que se combaten en los términos de sus señoríos.

—Pues con ese seguro y con buena licencia de vuesa grandeza, replicó don Quijote, desde aquí digo que por esta vez renuncio mi hidalguía, y me allano y ajusto con la llaneza del dañador, y me hago igual con él, habilitándole para poder combatir conmigo; y así, aunque ausente le desafío y repto en razón de que hizo mal en defraudar á esta pobre, que fué doncella, y ya por su culpa no lo es, y que le ha de cumplir la palabra que le dió de ser su legítimo esposo, ó morir en la demanda.

Y luego descalzándose un guante le arrojó en mitad de la sala, y el duque le alzó, diciendo que, como ya había dicho, él acetaba el tal desafío en nombre de su vasallo, y señalaba el plazo de allí á seis días, y el campo en la plaza de aquel castillo, y las armas las acostumbradas de los caballeros, lanza y escudo y arnés tranzado, con todas las demás piezas, sin engaño, superchería ó superstición alguna, examinadas y vistas por los jueces del campo; pero ante todas cosas es menester que esta buena dueña y esta mala doncella pongan el derecho de su justicia en manos del señor Quijote, que de otra manera no se hará nada, ni llegará á debida ejecución el tal desafío.

—Yo sí pongo, respondió la dueña: y yo tam bién, añadió la hija, toda llorosa y toda vergonzosa y de mal talante.

Tomado pues este apuntamiento, y habiendo imaginado el duque lo que había de hacer en el caso, las enlutadas se fueron, y ordenó la duquesa que de allí allí adelante no las tratasen como á sus criadas, sino como á señoras aventureras,