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1 pues de derecho le toca el serlo, siendo nuestro gobernador.

—Armenme norabuena, replicó Sancho, y al momento le trujeron dos paveses, que venían proveídos dellos y le pusieron encima de la camisa, sin dejarle tomar otro vestido, un pavés delante y otro detrás, y por unas concavidades que traían hechas le sacaron los brazos, y le liaron muy bien con unos cordeles de modo que quedó emparedado y entablado, derecho como un huso, sin poder doblar las rodillas ni menearse un solo paso. Pusiéronle en las manos una lanza, á la cual se arrimó para poder tenerse en pie. Cuando así le tuvieron, le dijeron que caminase y los guiase, y animase á todos, que siendo él su norte, su lanterna y su lucero, tendrían buen fin sus negocios.

Cómo tengo de caminar, desventurado yo, respondió Sancho, que no puedo jugar las choquezuelas de las rodillas, porque me lo impiden estas tablas que tan cosidas tengo con mis carnes? Lo que han de hacer es llevarme en brazos, y ponerme atravesado ó en pie en algún postigo, que yo le guardaré ó con esta lanza ó con mi cuerpo.

—Ande, señor gobernador, dijo otro, que más el miedo que las tablas le impiden el paso: acabe y menéese, que es tarde y los enemigos crecen, y las voces se aumentan, y el peligro carga.

Por cuyas persuaciones y vituperios probó el pobre gobernador á moverse, y fué dar consigo en el suelo tan gran golpe, que pensó que se había hecho pedazos. Quedó como galápago encerrado y cubierto con sus conchas, ó como medio tocino metido entre dos artesas, ó bien así como bar-