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ca que da al través en la arena: y no por verle caído aquella gente burladora le tuvieron compasión alguna, antes apagando las antorchas tornaron á reforzar las voces, y á reiterar el arma con tan gran priesa, pasando por encima del pobre Sancho, dándole infinitas cuchilladas sobre los paveses, que si él no se recogiera y encogiera metiendo la cabeza entre los paveses, lo pasara muy mal el pobre gobernador, el cual en aquella estrecheza recogido sudaba y trasudaba, y de todo corazón se encomendaba á Dios que de aquel peligro le sacase. Unos tropezaban en él, otros caían y tal hubo que se puso encima un buen espacio, y desde allí como desde atalaya gobernaba los ejércitos, y á grandes voces decía: Aquí de los nuestros, que por esta parte cargan más los enemigos: aquel portillo se guarde, aquella puerta se cierre, aquellas escalas se tranquen, vengan alcancías, pez y resina en calderas de aceite ardiendo, trinchénse las calles con colchones. En fin, él nombraba con todo ahinco todas las baratijas é instrumentos y pertrechos de guerra con que suele defenderse el asalto de una ciudad y el molido Sancho que lo escuchaba y sufría todo, decía entre sí:

¡Oh! si mi Señor fuese servido que se acabase ya de perder esta insula, y me viese yo ó muerto ó fuera desta grande angustia!

Oyó el cielo su petición, y cuando menos lo esperaba oyó voces que decían: Victoria, victoria, los enemigos van de vencida: ea, señor gobernador, levántese vuesa merced, y venga á gozar del vencimiento, y á repartir los despojos que se han tomado á los enemigos por el valor deste invencible brazo.