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Admiróse Sancho de verse nombrar por su nombre, y de verse abrazar del estranjero peregrino, y después de haberle estado mirando sin hablar palabra con mucha atención, nunca pudo conocerle; pero viendo su suspensión el peregrino le dijo:

120 —Cómo y es posible, Sancho Panza hermano, que no conoces á tu vecino Ricote el morisco, tendero de tu lugar?

Entonces Sancho le miró con más atención, y comenzó á refigurarle, y finalmente le vino á conocer de todo punto, y sin apearse del jumento le echó los brazos al cuello, y le dijo:

—¿Quién diablos te había de conocer, Ricote, en ese traje de moharracho que traes? Dime, ¿quién te ha hecho franchote, y cómo tienes atrevimiento de volver á España, donde si te cogen y conocen tendrás harta mala ventura?

—Si tú no me descubres, Sancho, respondió el peregrino, seguro estoy que en este traje no habrá nadie que me conozca, y apartémonos del camino á aquella alameda que allí parece, donde quieren comer y reposar mis compañeros; y allí comerás con ellos, que son muy apacible gente; yo tendré lugar de contarte lo que me ha sucedido después que me partí de nuestro lugar por obedecer el bando de su majestad, que con tanto rigor á los desdichados de mi nación amenazaba según oíste.

Hízolo así Sancho, y hablando Ricote á los demás peregrinos se apartaron á la alameda que se parecía, bien desviados del camino real. Arrojaron los bordones, quitáronse las mucetas ó esclavinas, y quedaron en pelota, y todos ellos eran mozos y muy gentiles hombres, excepto Ricote, que ya era hombre entrado en años. Todos traían alforjas, y