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todas, según pareció, venían bien proveídas, á lo menos de cosas incitativas y que llaman á la sed de dos leguas. Tendiéronse en el suelo, y haciendo manteles de las yerbas pusieron sobre ellas pan, sal, cuchillos, nueces, rajas de queso, huesos mondos de jamón, que si no se dejaban mascar, no defendían el ser chupados. Pusieron asimismo un manjar negro, que dicen que se llama cabial, y es hecho de huevas de pescados, gran despertador de la colambre; no faltaron aceitunas aunque secas y sin adobo alguno, pero sabrosas y entretenidas; pero lo que más campeó en el campo de aquel banquete fueron seis botellas de vino que cada uno sacó de su alforja; hasta el buen Ricote, que se había trasformado de morisco en alemán ó en tudesco, sacó la suya, que en grandeza podía competir con las cinco. Comenzaron á comer con grandísimo gusto y muy de espacio, saboreándose con cada bocado, que le tomaban con la punta del cuchillo, y muy poquito de cada cosa, y luego al punto todos á una levantaron los brazos y las botas en el aire, puestas las bocas en su boca, clavados los ojos en el cielo, que no parecía sino que ponían en él la puntería y desta manera meneando las cabezas á uno y á otro lado, señales que acreditaban el gusto que recibían, se estuvieron un buen espacio, trasegando en sus estómagos las entrañas de las vasijas. Todo lo miraba Sancho, y de ninguna cosa se dolía; antes por cumplir con el refrán que él muy bien sabía, de cuando á Roma fueres haz como vieres, pidió á Ricote la bota, y tomó su puntería como los demás, y no con menos gusto que ellos. Cuatro veces dieron lugar las botas para ser empinadas, pero la quinta no fué posible, porque ya estaban más enjutas y secas que un esparto,