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estuve en ella gobernando á mi placer como un sagitario; pero con todo eso la he dejado por parecerme oficio peligroso el de los gobernadores.

—¿Y qué has ganado en el gobierno? preguntó Ricote.

—He ganado, respondió Sancho, el haber conocido que yo no soy bueno para gobernar si no es un hato de ganado, y que las riquezas que se ganan en los tales gobiernos son á costa de perder el descanso y el sueño, y aun el sustento, porque en las ínsulas deben de comer poco los gobernadores, especialmente si tienen médicos que miren por su salud.

—Yo no te entiendo, Sancho, dijo Ricote; pero paréceme que todo lo que dices es disparate; que quién te había de dar á tí ínsulas que gobernases? faltaban hombres en el mundo más hábiles para gobernadores que tú eres? Calla, Sancho, y vuelve en tí, y mira si quieres venir conmigo, como te he dicho, á ayudarme á sacar el tesoro que dejé escondido, que en verdad que es tanto, que se puede llamar tesoro, y te daré con que vivas, como te he dicho.

—Ya te he dicho, Ricote, replicó Sancho, que no quiero conténtate que por mí no seas descubierto, y prosigue en buen hora tu camino, y déjame seguir el mío, que yo sé que lo bien ganado se pierde, y lo malo, ello y su dueño.

—No quiero porfiar, Sancho, dijo Ricote; pero dime, ¿hallástete en nuestro lugar cuando se partió dél mi mujer, mi hija y mi cuñado?

—Sí me hallé, respondió Sancho; séte decir que salió tu hija tan hermosa, que salieron á verla cuantos había en el pueblo, y todos decían que era la más bella criatura del mundo. Iba llorando,