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Con todo esto, me contento de ver que mi Teresa correspondió á ser quien es enviando las bellotas á la duquesa, que á no habérselas enviado, quedando yo pesaroso, se mostrara ella desagradecida.

Lo que me consuela es, que á esta dádiva no se le puede dar nombre de cohecho, porque ya tenía yo el gobierno cuando ella las envió, y está puesto en razón que los que reciben algún beneficio, aunque sea con niñerías, se muestren agradecidos. En efecto, yo entré desnudo en el gobierno, y salgo desnu do dél, y así podré decir con segura conciencia, que no es poco: desnudo nací, desnudo me hallo, ni pierdo ni gano.

Esto pasaba entre sí Sancho el día de la partida ; y saliendo don Quijote, habiéndose despedido la noche antes de los duques, una mañana se presentó armado en la plaza del castillo. Mirábanle de los corredores toda la gente del castillo, y asimismo los duques salieron á verle. Estaba Sancho sobre su rucio con sus alforjas, maleta y repuesto, contentísimo, porque el mayordomo del duque, el que fué la Trifaldi, le había dado un bolsico con docientos escudos de oro, para suplir los menesteres del camino, y esto aún no lo sabía don Quijote. Estando, como queda dicho, mirándole todos, á deshora entre las otras dueñas y doncellas de la duquesa que le miraban, alzó la voz la desenvuelta y discreta Altisidcra, y en són lastimero, dijo:

Escucha, mal caballero, Detén un poco las riendas, No fatigues las ijadas De tu mal regida bestia.

Mir falso, que no huyes De alguna serpiente fiera,