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1 —Advierte, Sancho, respondió don Quijote, que hay dos maneras de hermosura, una del alma y otra del cuerpo: la del alma campea y se muestra en el entendimiento, en la honestidad, en el buen proceder, en la liberalidad y en la buena crianza, y todas estas caben y pueden estar en un hombre feo; y cuando se pone la mira en esta hermosura, y no en la del cuerpo, suele nacer el amor con impetu y con ventajas. Yo, Sancho, bien veo que no soy hermoso, pero también conozco que no soy disforme; y bástale á un hombre de bien no ser monstruo para ser bien querido, como tenga los dotes del alma que te he dicho.

En estas razones y pláticas se iban entrando por una selva que fuera del camino estaba, y á deshora, sin pensar en ello, se halló don Quijote enredado entre unas redes de hilo verde que desde unos árboles á otros estaban tendidas, y sin poder imaginar qué pudiese ser aquello, dijo á Sancho:

—Paréceme, Sancho, que esto destas redes debe de ser una de las más nuevas aventuras que pueda imaginar. Que me maten si los encantadores que me persiguen no quieren enredarme en ellas, y detener mi camino como en venganza de la seguridad que con Altisidora he tenido: pues mándoles yo que aunque estas redes, si como son hechas de hilo verde fueran de durísimos diamantes, ó más fuertes que aquella con que el celoso dios de los herreros enredó á Venus y á Marte, así las rompiera como si fueran de juncos marinos ó de hilachas de algodón y queriendo pasar adelante, y romperlo todo, al improviso se le ofrecieron delante saliendo de entre unos árboles, dos hermosísimas pastoras, á lo menos vestidas como pastoras sino que los pellicos y sayas eran de fino broca-