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<—324cientos ó cuatrocientos azotes á buena cuenta de los tres mil y tantos que te has de dar por el desencanto de Dulcinea, que es lástima no pequeña que aquella pobre señora esté encantada por tu descuido y negligencia.

—Hay mucho que decir en eso, dijo Sancho:

durmamos por ahora entrambos, y después Dios dijo lo que se será. Sepa vuesa merced que esto de azotarse un hombre á sangre fría es cosa recia, y más si caen los azotes sobre un cuerpo mal sustentado y peor comido: tenga paciencia mi señora Dulcinea, que cuando se cate me verá hecho una criba de azotes, y hasta la muerte todo es vida :

quiero decir, que aun yo la tengo, junto con el deseo ue cumplir con lo que he prometido.

Agradeciéndoselo don Quijote comió algo, y Sancho mucho, y echáronse á dormir entrambos, dejando á su albedrío y sin orden alguna pacer de la abundosa yerba, de que aquel prado estaba lleno, á los dos continuos compañeros y amigos Rocinante y el rucio. Despertaron algo tarde, volvieron á subir y á seguir su camino, dándose priesa para llegar á una venta que al parecer á una legua de allí se descubría: digo que era venta, porque don Quijote la llamó así, fuera del uso que tenía de llamar á todas las ventas castillos. Llegaron pues á ella :) preguntaron al huésped si había posada. Fuéle respondido que sí, con toda la comodidad y regalo que pudiera hallar en Zaragoza. Apeáronse, y recogió Sancho su repostería en un aposento, de quien el huésped le dió la llave. Llevó las bestias á la caballeriza, y echóles sus piensos, salió á ver lo que don Quijote, que estaba sentado sobre un poyo, le mandaba, dando particulares gracias al cielo de que á su amo no le hubiese parecido castillo aquella ven-