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la noche; y aunque don Juan quisiera que don Quijote leyera más del libro, por ver lo que discantaba, no lo pudieron acabar con él, diciendo que él lo daba por leído, y lo confirmaba por todo necio; y que no quería, si acaso llegase á noticia de su autor que le había tenido en sus manos, se alegrase con pensar que le había leído, pues de las cosas obscenas y torpes, los pensamientos se han de apartar, cuanto más los ojos. Preguntáronle que adónde llevaba determinado su viaje.

Respondió que á Zaragoza á hallarse en las justas del arnés, que en aquella ciudad suelen hacerse todos los años. Díjole don Juan que aquella nueva historia contaba cómo don Quijote, sea quien se quisiere, se había hallado en ella en una sortija, falta de invención, pobre de letras, pobrísima de libreas, aunque rica de simplicidades.

—Por el mismo caso, respondió don Quijote, no pondré los pies en Zaragoza; y así sacaré á la plaza del mundo la mentira dese historiador moderno, y echarán de ver las gentes como yo no soy el don Quijote que él dice.

—Hará muy bien, dijo don Jerónimo, y otras justas hay en Barcelona, donde podrá el señor don Quijote mostrar su valor.

—Así lo pienso hacer, dijo don Quijote, y vuesas mercedes me den licencia, pues ya es hora para irme al lecho, y me tengan y pongan en el número de sus mayores amigos y servidores.

—Y á mí también, dijo Sancho, quizá seré bueno para algo.

Con esto se despidieron, y don Quijote y Sancho se retiraron á su aposento, dejando á don Juan y á don Jerónimo admirados de ver la mezcla que había hecho de su discreción y de su locura, y