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deslizaba por mentecato, sin saber determinarse qué grado le darían entre la discreción y la locura.

Acabó de cenar Sancho, y dejando hecho équis al ventero, se pasó á la estancia de su amo, y entrando, dijo:

—Que me maten, señores, si el autor deste libro que vuesas mercedes tienen, quiere que no comamos buenas migas juntos: yo querría que ya que me llama comilón, como vuesas mercedes dicen, no me llamase también borracho.

—Sí llama, dijo don Jerónimo, pero no me acuerdo en qué manera, aunque sé que son mal sonantes las razones, y además mentirosas, según yo echo de ver en la fisonomía del buen Sancho que está presente.

—Créanme vuesas mercedes, dijo Sancho, que el Sancho y el don Quijote desa historia deben de ser otros que los que andan en aquella que compuso Cide Hamete Benengeli, que somos nosotros:

mi amo valiente, discreto y enamorado; y yo simple, gracioso y no comedor ni borracho.

—Yo así lo creo, dijo don Juan, y si fuera posible había de mandar que ninguno fuera osado á tratar de las cosas del gran don Quijote, sino fuese Cide Hamete su primer autor, bien así como mandó Alejandro que ninguno fuese osado á retratarle sino Apeles.

—Retráteme el que quisiere, dijo don Quijote; pero no me maltrate, que muchas veces suele caer se la paciencia cuando la cargan de injurias.

—Ninguna, dijo don Juan, se le puede hacer al señor don Quijote, de quien él no se pueda vengar, si no la repara en el escudo de su paciencia, que á mi parecer es fuerte y grande.

En estas y otras pláticas se pasó gran parte de