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dándose para mejor sazón y coyuntura. Acudieron los bandoleros á espulgar el rucio, y á no dejarle ninguna cosa de cuantas en las alforjas y en la maleta traía; y avínole, bien á Sancho, que en una ventrera que tenía ceñida venían los escudos del duque y los que habían sacado de su tierra, y con todo eso aquella buena gente le escardara y le mirara hasta lo que entre el cuero y la carne estuviese escondido, sino llegara en aquella sazón su capitán, el cual mostró ser de hasta edad de treinta y cinco años, robusto, más que de mediana proporción, de mirar grave y color morena. Venía so bre un poderoso caballo, vestida la acerada cota, y con cuatro pistoletes (que en aquella tierra se llaman pedreñales) á los lados. Vió que sus escuderos (que así llaman á los que andan en aquel ejercicio) iban á despojar á Sancho Panza: mandóles que no lo hiciesen, y fué luego obedecido, y así se escapó la ventrera. Admiróle ver lanza arrimada al árbol, escudo en el suelo y á don Quijote armado y pensativo, con la más triste y melancólica figura que pudiera formar la misma tristeza. Llegóse á él diciéndole:

—No estéis tan triste, buen hombre, porque no habéis caído en las manos de algún cruel Osiris, sino en las de Roque Guinart, que tiene más de compasivas que de rigurosas.

—No es mi tristeza, respondió don Quijote haber caído en tu poder, oh valeroso Roque, (cuya fama no hay límites en la tierra que la encierren) sino por haber sido tal mi descuido que me hayan cogido tus soldados sin el freno, estando yo obligado, según la orden de la andante caballería que profeso, á vivir contino alerta, sier á todas horas centinela de mí mismo: porque te hago sa-