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van en el coche: acompañámosla seis criados, y los dineros son seiscientos escudos.

—De modo, dijo Roque Guinart, que ya tenemos aquí novecientos escudos y sesenta reales: mis soldados deben de ser hasta sesenta: mírese á como le cabe á cada uno, porque yo soy mal contador.

Oyendo decir esto los salteadores levantaron la voz diciendo: ¡Viva Roque Guinart muchos años, á pesar de los lladres que su perdición procuran!

Mostraron afligirse los capitanes; entristecióse la señora regenta, y no se holgaron nada los peregrinos viendo la confiscación de sus bienes. Túvolos así un rato suspensos Roque; pero no quiso que pasase adelante su tristeza, que ya se podía conocer á tiro de arcabuz, y volviéndose á los capitanes, dijo:

—Vuesas mercedes, señores capitanes, por cortesía sean servidos de prestarme sesenta escudos, y la señora regenta ochenta, para contentar esta escuadra que me acompaña, porque el abad de lo que canta yanta, y luego puédense ir su camino libre y desembarazadamente, con un salvo conducto que yo les daré, para que si toparen otras de algunas escuadras mías, que tengo divididas por estos contornos, no les hagan daño que no es mi intención de agraviar á soldados ni á mujer alguna, especialmente á las que son principales.

Infinitas y bien dichas fueron las razones con que los capitanes agradecieron á Roque su corteía y liberalidad, que por tal la tuvieron en dejarles su mismo dinero. La señora doña Guiomar de Quiñones se quiso arrojar del coche para besar los pies y las manos del gran Roque, pero él no lo consintió en ninguna manera, antes le pidió perdón