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del agravio que le había hecho, forzado de cumplir con las obligaciones precisas de su mal oficio.

Mandó la señora regente á un criado suyo diese luego los ochenta escudos que le habían repartido, y ya los capitanes habían desembolsado los sesenta. Iban los peregrinos á dar toda su miseria ; pero Roque les dijo que se estuviesen quedos, y volviéndose á los suyos, les dijo: destos escudos dos tocan á cada uno, y sobran veinte, los diez se dén á estos peregrinos y los otros diez á este buen escudero, porque pueda decir bien desta aventura: y trayéndole aderezo de escribir, de que siempre andaba proveído Roque, les dió por escrito un salvoconducto para los mayorales de sus escuadras, y despidiéndose dellos les dejó ir libres y admirados de su nobleza, de su gallarda disposición y estraño proceder, teniéndole más por un Alejandro Magno, que por ladrón conocido. Uno de los escuderos dijo en su lengua gascona y catalana:

—Este nuestro capitán más es para frade que para bandolero: si de aquí adelante quisiere mostrarse liberal, séalo con su hacienda y no con la nuestra.

—No lo dijo tan paso el desventurado que dejase de oirlo Roque, el cual echando mano á la espada le abrió casi la cabeza en dos partes, diciéndoles:

—Desta manera castigo yo á los deslenguados y atrevidos.

Pasmáronse todos, y ninguno le osó decir palabra: tanta era la obediencia que le tenían. Apartóse Roque á una parte, y escribió una carta á un su amigo á Barcelona, dándole aviso como estaba consigo el famoso don Quijote de la Mancha, aquel caballero andante de quien tantas cosas se de-