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en la Mancha habían visto. Vieron las galeras que estaban en la playa, las cuales abatiendo las tiendas se descubrieron llenas de flámulas y gallardetes, que tremolaban al viento, y besaban y barrían el agua dentro sonaban clarines, trompetas y chirimías, que cerca y lejos llenaban el aire de suaves y belicosos acentos: comenzaron á moverse, y á hacer un modo de escaramuza por las sosegadas aguas, correspondiéndoles casi al mismo modo infinitos caballeros que de la ciudad sobre hermosos caballos y con vistosas libreas salían. Los soldados de las galeras disparaban infinita artillería, á quien respondían los que estaban en las murallas y fuertes de la ciudad, y la artillería gruesa con espantoso estruendo rompía los vientos, á quien respondían los cañones de crujía de las galeras. El mar alegre, la tierra jocunda, el aire claro, sólo tal vez turbio del humo de la artillería, parece que iba infundiendo y engendrando gusto súbito en todas las gentes. No podía imaginar Sancho cómo pudiesen tener tantos pies aquellos bultos que por el mar se movían. En esto llegaron corriendo con grita, lililies y algazara los de las libreas, adonde don Quijote suspenso y atónito estaba; y uno de ellos que era el avisado de Roque, dijo en voz alta á don Quijote:

—Bien sea venido á nuestra ciudad el espejo, el farol, la estrella, el lucero y el norte de toda la caballería andante, donde más largamente se contiene. Bien sea venido, digo, el valeroso don Quijote de la Mancha: no el falso, no el ficticio, no el apócrifo, que en falsas historias estos días nos han mostrado, sino el verdadero, el legal y el fiel, que nos describió Cide Hamete Benengeli, flor de los historiadores.