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galeras venían, y yo he jurado ahorcar á cuantos he cautivado, principalmente á este mozo, que es el arraez del bergantín; y enseñóle al que ya te nía atadas las manos y echado el cordel á la garganta, esperando la muerte. Miróle el virrey, y viéndole tan hermoso y tan gallardo y tan humilde, dándole en aquel instante una carta de recomendación su hermosura, le vino deseo de escusar su muerte, y así le preguntó:

—Dime, arraez, ¿eres turco de nación, ó moro, ó renegado? A lo cual el mozo respondió en lengua asimismo castellana:

—No soy turco de nación, ni moro, ni renegado.

—Pues qué eres? replicó el virrey.

—Mujer cristiana, respondió el mancebo.

— Mujer y cristiana y en tal traje y en tales pasos? Más es cosa para admirarla que para creerla.

—Suspended, dijo el mozo, oh señores, la ejecución de mi muerte, que no se perderá mucho en que se dilate vuestra venganza en tanto que yo os cuente mi vida.

¿Quién fuera el de corazón tan duro que con estas razones no se ablandara, á lo menos hasta oir las que el triste y lastimado mancebo decir quería? El general le dijo que dijese lo que quisiese, pero que no esperase alcanzar perdón de su conocida culpa. Con esta licencia el mozo comenzó á decir desta manera:

—De aquella nación más desdichada que prudente, sobre quien ha llovido estos días un mar de desgracias, nací yo de moriscos padres engendrada. En la corriente de su desventura fuí yo por dos tíos míos llevada á Berbería, sin que me aprovechase decir que era cristiana, como en efec-