Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha - Tomo III (1908).pdf/38

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que venía de molde en lo sucedido. Con esto cobraba crédito inefable, y andábanse todos tras él :

otras veces, como era tan discreto, respondía de manera que las respuestas venían bien con las preguntas; y como nadie le apuraba ni apretaba á que dijese cómo adivinaba su mono, á todos hacía monas, y llenaba sus escueros. Así como entró en la venta conoció á don Quijote y á Sancho, por cuyo conocimiento le fué fácil poner en admiración á don Quijote y á Sancho Panza, y á todos los que en ella estaban: pero hubiérale de costar caro si don Quijote bajara un poco más la mano cuando cortó la cabeza al rey Marsilio y destruyó toda su caballería, como queda dicho en el antecedente capítulo. Esto es lo que hay que decir de maese Pedro y de su mono. Y volviendo á don Quijote de la Mancha, digo que después de haber salido de la venta determinó de ver primero las riberas del río Ebro y todos aquellos contornos antes de entrar en la ciudad de Zaragoza, pues le daba tiempo para todo el mucho que faltaba desde allí á las justas. Con esta intención siguió su camino, por el cual anduvo dos días sin acontecerle cosa digna de ponerse en escritura, hasta que al tercero al subir de una loma oyó un gran rumor de atambores, de trompetas y arcabuces. Al principio pensó que algún tercio de soldados pasaba por aquella parte, y por verlo picó á Rocinante y subió la loma arriba, y cuando estuvo en la cumbre vió al pie della, á su parecer, más de docientos hombrés armados de diferentes suertes de armas, como si dijésemos lanzones, ballestas, partesanas, alabardas y picas, y algunos arcabuces y muchas rodelas. Bajó del recuesto, y acercóse al escuadrón, tanto que distintamente vió las banderas,