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— blaríamos en el modo que se podía tener para que yo volviese á España á sacar el escondido tesoro.

Hablé con don Gaspar, contéle el peligro que corría el mostrar ser hombre: vestíle de mora, y aquella mesma tarde le truje á la presencia del rey, el cual en viéndole quedó admirado, y hizo designio de guardarla para hacer presente della al gran Señor; y por huir del peligro que en el serrallo de sus mujeres podía tener y temer de si mismo, lo mandó poner en casa de unas principales moras, que la guardasen y la sirviesen, adonde le llevaron luego. Lo que los dos sentimos (que no puedo negar que no le quiero) se deje á la consideración de los que se apartan si bien se quieren. Dió luego traza el rey de que yo volviese á España en este bergantín, y que me acompañasen dos turcos de nación, que fueron los que mataron vuestros soldados. Vino también conmigo este renegado español, señalando al que había hablado primero, del cual sé yo bien que es cristiano encubierto, y que viene con más deseo de quedarse en España, que de volver á Berbería:

la demás chusma del bergantín son moros y turcos, que no sirven de más que de bogar al remo.

Los dos turcos codiciosos é insolentes, sin guardar el orden que traíamos de que á mí y á este renegado en la primer parte de España, en hábitos de cristiano de que venimos proveídos, nos echasen en tierra, primero quisieron barrer esta costa, y hacer alguna presa si pudiesen, temiendo que si primero nos echaban en tierra, por algún accidente que á los dos nos sucediese, podríamos descubrir que quedaba el bergantín en la mar, y si acaso hubiese galeras por esta costa, lo tomasen. Anoche descubrimos esta playa, y sin tener