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que dejé con el gobierno los deseos de ser más gobernador, no dejé la gana de ser conde, que jamás tendrá efecto si vuesa merced deja de ser rey dejando el ejercicio de su caballería, y así vienen á volverse en humo mis esperanzas.

—Calla, Sancho, pues ves que mi reclusión y retirada no ha de pasar de un año, que luego volveré á mis honrados ejercicios, y no me ha de faltar reino que gane y algún condado que darte.

—Dios lo oiga, dijo Sancho, y el pecado sea sordo, que siempre he oído decir que más vale buena esperanza que ruín posesión.

En esto estaban cuando entró don Antonio diciendo con muestras de grandísimo contento:

—Albricias, señor don Quijote, que don Gregorio y el renegado que fué por él está en la playa; ¿qué digo en la playa? ya está en casa del visorrey, y estará aquí al momento. Alegróse algún tanto don Quijote, y dijo:

—En verdad que estoy por decir que me holgara que hubiera sucedido todo al revés, porque me obligara á pasar á Berbería, donde con la fuerza de mi brazo diera libertad, no sólo á don Gregorio, sino á cuantos cristianos cautivos hay en Berbería.

Pero ¿qué digo, miserable? ¿No soy yo el vencido?

¿No soy yo el derribado? ¿No soy yo el que no puede tomar armas en un año? Pues ¿qué prometo?

¿de qué me alabo, si antes me conviene usar de la rueca que de la espada?

—Déjese deso, señor, dijo Sancho: viva la gallina, aunque con su pepita, que hoy por tí y mañana por mí; y en estas cosas de encuentros y porrazos no hay tomarles tiento alguno, pues el que hoy cae puede levantarse mañana, si no es que se quiere estar en la cama: quiero decir, que se deje desmayar,