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sin cobrar nuevos bríos para nuevas pendencias:

y levántese vuesa merced agora para recebir á don Gregorio, que me parece que anda la gente alborotada y ya debe de estar en casa.

Y así era la verdad, porque habiendo ya dado cuenta don Gregorio y el renegado al visorrey de su ida y vuelta, deseoso don Gregorio de ver á Ana Félix, vino con el renegado á casa de don Antonio ; y aunque don Gregorio cuando le sacaron de Argel fué con hábitos de mujer, en el barco los trocó por los de un cautivo que salió consigo: pero en cualquiera que viniera mostrara ser persona para ser codiciada, servida y estimada, porque era hermoso sobremanera, y la edad al parecer de diez y siete á diez y ocho años. Ricote y su hija salieron á recebirle, el padre con lágrimas, y la hija con honestidad. No se abrazaron unos á otros, porque donde hay mucho amor no suele haber demasiada desenvoltura. Las dos bellezas juntas de don Gregorio y Ana Félix admiraron en particular á todos juntos los que presentes estaban. El silencio fué allí el que habló por los dos amantes, y los ojos fueron las lenguas que descubrieron sus alegres y honestos pensamientos. Contó el renegado la industria y medio que tuvo para sacar á don Gregorio. Contó don Gregorio los peligros y aprietos en que se había visto con las mujeres con quien había quedado, no con largo razonamiento, sino con breves palabras, donde mostró que su discreción se adelantaba á sus años. Finalmente Ricote pagó y satisfizo liberalmente así al renegado como á los que habían bogado al remo. Reincorporóse y redújose el renegado con la Iglesia, y de miembro podrido volvió limpio y sano con la penitencia y el arrepentimiento. De allí á dos días trató el visorrey con don Antonio qué