Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha - Tomo III (1908).pdf/406

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 402 —

—No eran, respondió Sancho, los que yo tenía tales, que me diesen lugar á preguntar boberías.

¡Cuerpo de mí! señor, ¿está vuesa merced ahora en términos de inquirir pensamientos ajenos, especialmente amorosos?

—Mira, Sancho, dijo don Quijote, mucha diferencia hay de las obras que se hacen por amor, á las que se hacen por agradecimiento. Bien puede ser que un caballero sea desamorado; pero no puede ser, hablando en todo rigor, que sea desagradecido. Quísome bien, al parecer, Altisidora, dióme los tres tocadores que sabes, lloró en mi partida, maldíjome, vituperóme, quejóse á despecho de la vergüenza públicamente señales todas de que me adoraba, que las iras de los amantes suelen parar en maldiciones. Yo no tuve esperanzas que darle ni tesoros que ofrecerle, porque las mías las tengo entregadas á Dulcinea, y los tesoros de los caballeros andantes son como los de los duendes, aparentes y falsos, y sólo puedo darle estos acuerdos que della tengo, sin perjuicio empero de los que tengo de Dulcinea, á quien tú agravias con la remisión que tienes de azotarte y castigar esas carnes, que vea yo comidas de lobos, que quieren guardar se antes para los gusanos que para el remedio de aquella pobre señora.

—Señor, respondió Sancho, si va á decir la verdad, yo no me puedo persuadir que los azotes de mis posaderas tengan que ver con los desencantos de los encantados, que es como si dijésemos: si os duele la cabeza untaos las rodillas: á lo menos yo osaré jurar que en cuantas historias vuesa merced ha leído, que tratan de la andante caballería, no ha visto algún desencantado por azotes; pero por