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—Yo soy, señor, tan desgraciado, que temo no ha de llegar el día en que en tal ejercicio me vea.

¡Oh qué polidas cucharas tengo de hacer cuando pastor me vea! ¡Qué de migas, qué de natas, qué de guirnaldas y qué de zarandanjas pastoriles !

que, puesto que no me granjeen fama de discreto, no dejarán de granjearme la de ingenioso. Sanchica mi hija nos llevará la comida al hato. ¡Pero guarda!

que es de buen parecer, y hay pastores más maliciosos que simples, y no querría que fuese por lana y volviese trasquilada; y tan bien suelen andar los amores y los no buenos deseos por los campos como por las ciudades, y por las pastorales chozas como por los reales palacios, y quitada la causa se quita el pecado, y ojos que no ven corazón que no quiebra, y más vale salto de mata que ruego de hombres buenos.

—No más refranes, Sancho, dijo don Quijote, pues cualquiera de los que has dicho basta para dar á entender tu pensamiento, y muchas veces te he aconsejado que no seas tan pródigo de refranes, y que te vayas á la mano en decirlos; pero paréceme que es predicar en desierto: y castígame mi madre, y yo trompójelas.

—Paréceme, respondió Sancho, que vuesa merced es como lo que dicen: Dijo la sartén á la caldera, quítate allá, ojinegra. Estáme reprehendiendo que no diga yo refranes, y ensártalos vuesa merced de dos en dos.

—Mira, Sancho, respondió don Quijote, yo traigo los refranes á propósito, y vienen, cuando los digo, como anillo en el dedo; pero tráeslos tú tan por los cabellos, que los arrastras, y no los guías; y si no me acuerdo mal, otra vez te he dicho que los refranes son sentencias breves, sacadas de la experiencia y