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guieron los pasos del que llevaba á don Quijote, el cual dos ó tres veces quiso preguntar adónde le llevaban, ó qué querían; pero apenas comenzaba á mover los labios, cuando se los iban á cerrar con los hierros de las lanzas, y á Sancho le acontecía lo mismo, porque apenas daba muestras de hablar, cuando uno de los de á pie con un aguijón le punzaba, y al rucio, ni más ni menos, como si hablar quisiera. Cerró la noche, apresuraron el paso, creció en los dos presos el miedo, y más cuando oyeron que de cuando en cuando les decían: Caminad, trogloditas; callad, bárbaros; pagad, antropófagos; no os quejéis, scitas, ni abráis los ojos, Polifemos matadores, leones carniceros, y otros nombres semejantes á estos, con que atormentaban los oídos de los miserables amo y mozo. Sancho iba diciendo entre sí :

— Nosotros tortolitas, nosotros barberos ni estropajos, nosotros perritas á quien dicen cita cita?

No me contentan nada estos hombres, á mal viento va esta parva, todo el mal nos viene junto como al perro los palos, y ojalá parase en ellos lo que amenaza esta aventura tan desventurada.

Iba don Quijote embelesado, sin poder atinar con cuantos discursos hacía qué serían aquellos nombres llenos de vituperios que les ponían, de los cuales sacaba en limpio no esperar ningún bien, y temer mucho mal. Llegaron en esto en hora casi de la noche á un castillo, que bien conoció don Quijote que era el del duque, donde había poco que habían estado.

— Válame Dios! dijo así como conoció la estancia, ¿y qué será esto? Sí, que en esta casa todo es cortesía y buen comedimiento; pero para los vencidos el bien se vuelve en mal, y el mal en peor,