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Así el vivir me mata, que la muerte mé torna á dar la vida.

¡Oh condición no oída, la que conmigo muerte y vida trata!

Cada verso destos acompañaba con muchos suspiros y no pocas lágrimas, bien como aquel cuyo corazón tenía traspasado con el dolor del vencimiento y con la ausencia de Dulcinea. Llegóse en esto el día, dió el sol con sus rayos en los ojos á Sancho: despertó y esperezóse, sacudiéndose y estirándose los perezosos miembros: miró el destrozo que habían hecho los puercos en su reposte ría, y maldijo la piara y aun más adelante. Final mente, volvieron los dos á su comenzado camino, y al declinar de la tarde vieron que hacia ellos venían hasta diez hombres de á caballo, y cuatro ó cinco de á pie. Sobresaltóse el corazón de don Quijote, y azoróse el de Sancho, porque la gente que se les llegaba traía lanzas y adargas, y venía muy á punto de guerra. Volvióse don Quijote á Sancho, y díjole:

y —Si yo pudiera, Sancho, ejercitar mis armas, mi promesa no me hubiera atado los brazos, esta máquina que sobre nosotros viene la tuviera yo por tortas y pan pintado, pero podría ser fuese otra cosa de la que tememos.

Llegaron en esto los de á caballo, y arbolando as lanzas, sin hablar palabra alguna rodearon á lon Quijote, y se las pusieron á las espaldas y pechos amenazándole de muerte. Uno de los de á pie, puesto un dedo en la boca en señal de que callase, asió del freno de Rocinante, y le sacó del camino ; y los demás de á pie, antecogiendo á Sancho y al rucio, guardando todos maravilloso silencio, si-