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con otra espada, ni con otro instrumento bélico, ni con venenos mortíferos, sino con la consideración del rigor y el desdén con que yo siempre la he tratado.

—Muriérase ella enhorabuena cuando quisiera y como quisiera, respondió Sancho, y dejárame á mí en mi casa, pues ni yo la enamoré, ni la desdeñé en mi vida. Yo no sé ni puedo pensar cómo sea, que la salud de Altisidora, doncella más antojadiza que discreta, tenga que ver, como otra vez he dicho, con los martirios de Sancho Panza. Agora sí que vengo á conocer clara y distintamente que hay encantadores y encantos en el mundo, de quien Dios me libre, pues yo no me sé librar; con todo eso suplico á vuesa merced me deje dormir, y no me pregunte más, si no quiere que me arroje por una ventana abajo.

—Duerme, Sancho amigo; respondió don Quijote, si es que te dan lugar los alfilerazos y pellizcos recebidos y las mamonas hechas.

—Ningún dolor, replicó Sancho, llegó á la afrenta de las mamonas, no por otra cosa que por habérmelas hecho dueñas, que confundidas sean:

y torno á suplicar á vuesa merced me deje dormir, porque el sueño es alivio de las miserias de los que las tienen despiertas.

—Sea así, dijo don Quijote, y Dios te acompañe.

Durmiéronse los dos, y en este tiempo quiso escribir y dar cuenta Cide Hamete, autor desta grande historia, que les movió á los duques á levantar el edificio de la máquina referida: y dice que no habiéndosele olvidado al bachiller Sansón Carrasco cuando el caballero de los Espejos