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rogado cuando tiene la suya sobre el hito, que si arremeto á vos, que os tengo de sacar los ojos.

¿Pensáis por ventura, don vencido y don molido á palos, que yo me he muerto por vos? Todo lo que habéis visto esta noche ha sido fingido, que no soy yo mujer que por semejantes camellos había de dejar que me doliese un negro de la uña, cuanto más morirme.

Eso creo yo muy bien, dijo Sancho, que esto de morirse los enamorados es cosa de risa: bien lo pueden ellos decir, pero hacer, créalo Judas.

Estando en estas pláticas entró el músico cantor y poeta, que había cantado las dos ya referidas estancias, el cual, haciendo una gran reverencia á don Quijote, dijo:

—Vuesa merced, señor caballero, me cuente y tenga en el número de sus mayores servidores, porque ha muchos días que le soy muy aficionado, así por su fama, como por sus hazañas.

Don Quijote le respondió:

—Vuesa merced me diga quien es, porque mi cortesía responda á sus merecimientos.

El mozo respondió que era el músico y panegirista de la noche antes.

—Por cierto, replicó don Quijote, que vuesa merced tiene estremada voz; pero lo que cantó no me parece que fué muy á propósito; porque ¿ qué tienen que ver las estancias de Garcilaso con la muerte desta señora?

—No se maraville vuesa merced deso, respondió el músico, que ya entre los intonsos poetas de nuestra edad se usa que cada uno escriba como quisiere, y hurte de quien quisiere, venga ó no venga á pelo de su intento; y ya no hay nece-