Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha - Tomo III (1908).pdf/439

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 435 —

y lluevan azotes; pero el socarrón dejó de dárselos en las espaldas, y daba en los árboles con unos suspiros de cuando en cuando, que parecía que con cada uno dellos se le arrancaba el alma.

Tierna la de don Quijote, temeroso de que no se le acabase la vida, y no consiguiese su deseo por la imprudencia de Sancho, le dijo:

—Por tu vida, amigo, que se quede en este punto este negocio que me parece muy áspera esta medicina, y será bien dar tiempo al tiempo, que no se ganó Zamora en una hora. Más de mil azotes, si yo no he contado mal, te has dado, bastan por ahora, que el asno, (hablando á lo grosero) sufre la carga, mas no la sobrecarga.

—No, no señor, respondió Sancho, no se ha de decir por mí: A dineros pagados brazos quebrados: apártese vuesa merced otro poco, y déjeme dar otros mil azotes siquiera, que á dos levadas destas habremos cumplido con esta partida, y aún nos sobrará ropa.

—Pues tú te hallas con tan buena disposición, dijo don Quijote, el cielo te ayude, y pégate, que yo me aparto.

Volvió Sancho á su tarea con tanto denuedo, que ya había quitado las cortezas á muchos árboles: tal era la riguridad con que se azotaba; y alzando una vez la voz, y dando un desaforado azote en una haya, dijo:

—Aquí morirá Sansón, y cuantos con él son.

Acudió don Quijote luego al són de la lastimada voz y del golpe del riguroso azote, y asiendo del torcido cabestro que le servía de corbacho á Sancho le dijo:

—No permita la suerte, Sancho amigo, que por