Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha - Tomo III (1908).pdf/440

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 436 —

el gusto mío pierdas tú la vida, que ha de servir para sustentar á tu mujer y á tus hijos: espere Dulcinea mejor coyuntura, que yo me contendré en los límites de la esperanza propincua, y esperaré que cobres fuerzas nuevas para que se concluya este negocio á gusto de todos.

—Pues vuesa merced, señor mío, lo quiere así, respondió Sancho, sea en buen hora, y écheme su ferreruelo sobre estas espaldas, que estoy sudando, y no querría resfriarme, que los nuevos disciplinantes corren este peligro.

Hízolo así don Quijote, y quedándose en pelota; abrigó á Sancho, el cual se durmió hasta que le despertó el sol, y luego volvieron á proseguir su camino, á quien dieron fin por entonces en un lugar que tres leguas de allí estaba. Apeáronse en un mesón, que por tal le reconoció don Quijote, y no por castillo de cava honda, torres, rastrillos y puente levadiza: que después que le vencieron, con más juicio en todas las cosas discurría, (como agora se dirá). Alojáronle en una sala baja, á quien servían de guadameciles unas sargas viejas pintadas, como se usan en las aldeas. En una dellas estaba pintado de malísima mano el robo de Elena cuando el atrevido huésped se la llevó á Menelao, y en otra estaba la historia de Dido y de Eneas, ella sobre una alta torre, como que hacía de señas con una media sábana al fugitivo huésped, que por el mar sobre una fragata ó bergantín se iba huyendo. Notó en las dos historias que Elena no iba de muy mala gana, porque se reía á socapa y á lo socarrón; pero la hermosa Dido mostraba verter lágrimas del tamaño de nueces por los ojos. Viendo lo cual lon Quijote, dijo: