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sé decir que no soy el malo: para prueba de lo cual quiero que sepa vuesa merced, mi señor don Alvaro Tarfe, que en todos los días de mi vida no he estado en Zaragoza; antes por haberme dicho que ese don Quijote fantástico se había hallado en las justas desa ciudad, no quise yo entrar en ella por sacar á las barbas del mundo su mentira, y así me pasé de claro á Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos, y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza única. Y aunque los sucesos que en ella me han sucedido no son de mucho gusto, sino de mucha pesadumbre, los llevo sin ella sólo por haberla visto. Finalmente, señor don Alvaro Tarfe, yo soy don Quijote de la Mancha, el mismo que dice la fama, y no ese desventurado que ha querido usurpar mi nombre y honrarse con mis pensamientos. A vuesa merced suplico, por lo que debe á ser caballero, sea servido de hacer una declaración ante el alcalde deste lugar, de que vuesa merced no me ha visto en todos los días de su vida hasta ahora, y de que yo no soy el don Quijote impreso en la segunda parte, ni este Sancho Panza mi escudero es aquel que vuesa merced conoció.

—Eso haré yo de muy buena gana, respondió don Alvaro, puesto que cause admiración ver dos don Quijotes y dos Sanchos á un mismo tiempo, tan conformes en los nombres como diferentes en las acciones: y vuelvo á decir y me afirmo, que no he visto lo que he visto, ni ha pasado por mí lo que ha pasado.

—Sin duda, dijo Sancho, que vuesa merced debe de estar encantado como mi señora Dulcinea del